miércoles, 30 de septiembre de 2015

Ciencias inexactas




CIENCIAS INEXACTAS

  (Josep Sebastián)

     Empezó con el de pipa, luego con el rubio light, pasó al negro, siguió con los puros habanos  y acabó con las colillas que dejaba su padre a medias.
     El orden de los productos no altera el factor. En su caso, el de riesgo.
     Dejó viuda y dos hijos pequeños.

lunes, 28 de septiembre de 2015

La zona muerta





LA ZONA MUERTA

(Josep Sebastián)
     
  
     Un buen día desperté medio muerto. No de cansancio ni por la súbita aparición de alguna grave enfermedad, sino porque mi conciencia percibió, en el lado derecho de mi cuerpo (menos mal que no fue en el izquierdo coronario), una paralización fúnebre de mi piel, de  mis huesos, de mis órganos y al fin y al cabo de mi mente.  Lo primero que hice, por corporativismo emocional, fue explicárselo a mi mujer.
     —Carmen  —le dije tocando su hombro, dormido como su cerebro—, no voy a ir a trabajar. Estoy medio muerto.
     Tuve que repetírselo, pues su despertar carece de reflejos y tarda unos instantes en reaccionar al pasar del mundo de los sueños al real. Si por real se entiende lo que le volví a decir.
     —Que estoy medio muerto. No puedo ir a la oficina  en estas condiciones.
     —Trabajas demasiado, Carlos —me contestó casi sin mirarme—. Y ayer te pasaste con tu insistencia en limpiar el jardín de malas hierbas.
     Y siguió durmiendo.
     Fui al baño, oriné (poco, es cierto) y me duché. Entonces volví a darme cuenta de mi diestra mortalidad. El agua se deslizaba de manera habitual por mi lado izquierdo pero en la zona muerta creaba gotas extrañas que se adherían a mi piel dando la sensación que mi cuerpo, en ese espacio, no atendía a la forma natural de la gravedad.
     Me sequé con ambas manos aunque la derecha, si bien ayudaba, lo hacía casi sin darse cuenta, sin ningún signo vital que diera a entender que seguía unida a la simetría de la otra. Anduve por el pasillo sin cojear, pero notando un cierto esfuerzo en la pierna izquierda por no parecer un individuo discapacitado. En la cocina me preparé unas tostadas.
     Entonces apareció Carmen. Notaba la mermelada circular por la parte viva de mi intestino cuando se sentó a mi lado, me miró y preguntó cómo me encontraba. Le expliqué tal cual me sentía.
     Ya más despierta, entendió la gravedad de mi estado. Y lo resolvió sarcásticamente.
     —Lo primero que has de hacer, querido —sonrió—, es pasarte por la compañía de seguros y reclamar la mitad de tu seguro de vida.
     No recuerdo nada más de ese día, el primero de mi nueva vida y muerte.
     Empecé a hacer trámites médicos. El doctor de familia, con el que mantenía una vieja amistad, me relevó al psiquiatra, y éste, para darme a entender una falsa complicidad, al radiólogo. Unas placas de su lado derecho aclararán su situación y podremos iniciar algún tratamiento, me dijo.
     No encontraron nada raro, y yo lo atribuí a que mi parte en proceso de descomposición invisible, creaba interferencias en los aparatos y anulaba los rayos X como el antídoto que anula los efectos de un veneno.  Las pastillas que me recetó el psiquiatra acabaron en el sumidero del lavabo puesto que era evidente que el lado derecho de mi cuerpo las rechazaría por una cuestión básicamente de sentido común.
     Carmen me pidió el divorcio a los pocos meses y se fue a vivir con un individuo que, al contrario que yo, era de una intensa vitalidad. Al año siguiente murió de un infarto tras copular con mi exmujer cuatro veces seguidas. Yo, en asuntos sexuales, solo me comportaba dignamente con prostitutas que manifestaran una cierta discapacidad física. Las enanas, como mitad de una normalidad, eran mis preferidas, y conseguía un cierto grado de erección que hacía merecer la pena el acto venéreo.
     Quedaba poco con mis amigos. Alguna tarde después de sus trabajos (a mí me habían dado la, más que larga enfermedad, corta mortalidad), quedábamos en una terraza de una cafetería del barrio. Hablábamos más del pasado que del futuro y a mí, aquellas reuniones me parecían un velatorio en el que yo estaba como de medio cuerpo presente. Uno de ellos, que había sido cura de barrio en los últimos años del franquismo, me animó a que un día de estos celebrara un funeral por mi parte difunta. Todos rieron menos yo, que tomé en serio la idea.
     Mientras, el proceso de descomposición iba lento. Aplicaba en la parte derecha de mi piel, un ungüento que me proporcionó el señor de la droguería de la esquina, egiptólogo aficionado, y que confesó haber sacado la fórmula de unos manuales de momificación, en una enciclopedia por fascículos que coleccionó hacía años. Los misterios del Antiguo Egipto, creo se llamaba.
     El funcionamiento de mis órganos muertos era un misterio al que nadie sabía dar una explicación.  Yo supuse que la sabia naturaleza, ya que me había quitado parte de lo dado, me resarcía con algún conducto secreto entre mis meridianos  que daban, como las baterías de emergencia para móviles, un mínimo de funcionalidad.  Sería el caso de órganos digamos que vitales, como el hígado, porque otros más secundarios se comportaban de manera extraña. El ojo derecho por ejemplo.
    Conjuntamente, mi ojo muerto anulaba la visión que todos tenemos de la perspectiva, como si estuviera totalmente inactivo. Pero descubrí que si cerraba mi ojo izquierdo, el vivo,  con el diestro podía ver imágenes más cercanas a la esencia de las cosas.
     Lo más extraordinario fue cuando vi, en uno de mis paseos, la zona muerta de determinados ciudadanos. Algunos la tenían en la izquierda y otros en el hemisferio superior o inferior.
     Con la extraña sensación de ir guiñando el ojo de forma constante, me fui dando cuenta de que cada vez había más personas en situación similar, lo cual me daba un cierto alivio. Me hubiera gustado comunicarme con ellos y hablar de nuestros problemas y perspectivas de futuro, pero el lado derecho de mi cerebro actuaba (de manera muerta e inconsciente) como una barrera que ponía celo a la complicidad que conllevaba nuestra anodina existencia.
   Pero un día que, como había sido de manera insistente a lo largo de mi proceso, fui a la agencia de seguros dónde tenía contratada mi prima de vida, me ocurrió un hecho trascendental. Me recibió esa vez el director, que de forma amable me hizo pasar a su despacho. Cerró la puerta y después de guiñar su ojo izquierdo, me puso al corriente de la situación.
     —Señor Barrachina —empezó—, después de estudiar minuciosamente su solicitud de rescate de la mitad del seguro de vida que, de acuerdo a sus revelaciones, nos reclama, yo, de manera personal, he tomado una resolución.
     Incliné mi lado izquierdo hacia delante mientras su opuesto parecía ser ajeno a los hechos que estaban a punto de suceder. Le miré sin perspectiva y prosiguió.
     —He decidido que, aún sin carecer de informes médicos forenses o de servicios funerarios, que avalen su delicada situación —continuó volviendo a guiñar un ojo para validar sus sospechas—, la compañía le hará el ingreso de la mitad del seguro de vida que tenía contratado con nosotros.  La otra mitad quizás ya no esté yo aquí para ver cómo se liquida.
     —Estamos hablando de ciento cincuenta mil euros —le dije.
     —Efectivamente. Mañana los tendrá ingresados en su cuenta corriente. Y, por razones obvias que usted debe entender —concluyó mirándome sin perspectiva a mi ojo derecho—, esta conversación  no debe salir de este despacho.
     —Entiendo —contesté—. Muchas gracias por su atención.
     El dinero de la prima y la media paga que cobro por viudedad (a mi mujer un médico especialista la ha declarado también medio muerta) me permite vivir en una pequeña aldea dónde desarrollo con dignidad mi pasión por la escritura. Y hoy, después de publicar mi segunda novela, me he sentido como medio vivo.

Disco de la semana (40) : Ommadawn - Mike Oldfield



Ommadawn, de Mike Oldfield.



En 1975 Mike Oldfield se metía en el estudio de The Beacon —en Hergest Ridge— para grabar su tercer disco, Ommadawn. En aquel momento tan temprano de su carrera, el aún joven músico ya había tenido que hacer frente a una constante en la misma: la incomprensión por parte de la crítica musical hacia su trabajo. A pesar del éxito abrumador e incontestable en las listas de ventas, el carácter díscolo y distante de Oldfield y la esencia de su música hicieron que muchos lo criticaran y lo acusaran, como a tantos otros músicos del rock progresivo, de pretencioso, como si no pudieran perdonar la osadía de querer ir más allá de la canción pop de tres minutos con estribillo. Afortunadamente, a pesar de su carácter y su personalidad inestable, Oldfield aún parecía estar por encima de esas cosas y no se dejaba influir a la hora de componer.
Ommadawn —compuesto de dos partes, una por cada cara, más On Horseback, una breve canción a modo de epílogo— es para muchos aficionados a su música el mejor disco de Oldfield. Personalmente, considero imposible, además de innecesario, elegir entre sus cuatro primeros trabajos y Amarok. Sí es cierto que en Ommadawn están quizás los dos o tres mejores momentos de su carrera, y no me da miedo afirmar que en este disco hay un par de secciones que no han sido superadas en la música popular contemporánea. No hay otro disco como éste, es así de sencillo. es un álbum puramente progresivo, en el que Oldfield lleva a su máxima expresión su manera de componer y desarrollar sus temas: crea una melodía, la presenta, y progresivamente la va desgranando, explorándola, retorciéndola, añadiendo y quitando, haciendo que crezca en intensidad hasta explotar en un clímax. Sirven de ejemplo los cuatro primeros minutos largos de la primera parte: primero abre el disco con teclado y guitarra, con una melodía maravillosa, que transmite una serenidad increíble —quizás la mejor apertura de su carrera—; después la repite con una guitarra acústica crujiente, que respira como si tuviéramos a Oldfield tocando a un metro de nosotros; y finalmente, remata el movimiento con una guitarra eléctrica que suena, en contraste con la acústica que ha dejado atrás, lejana y distante, pero que lleva al oyente al primer y temprano clímax de Ommadawn. Remate con platillos, y antes de que podamos asimilar lo que hemos escuchado, ya estamos en otro tema distinto, en una de esas transiciones que tan bien se le dan. Es la perfección de una fórmula.
Otra de las mejores secciones: uno de los más espectaculares y épicos solos de Oldfield con la eléctrica, en estado de gracia en esa época. Dos minutos absolutamente brutales, llenos de la fuerza con la que entonces tocaba, arrancando con los cinco dedos las notas de las cuerdas —Oldfield tocaba al estilo clásico, de ahí su voz tan inconfundible—, en una sección que en realidad es otra exploración del tema con el que iniciaba la primera parte de Ommadawn.
El disco cuenta además con cierta influencia folk, al usar Oldfield instrumentos típicos del mismo, además de la extraordinaria colaboración del líder de los Chieftains, Paddy Moloney, tocando la gaita irlandesa —en la segunda parte—, más la percusión africana del grupo sudafricano —exiliados en Inglaterra por aquella época— Jabula, protagonistas de excelentes secciones, especialmente la que finaliza la primera parte, en la que destaca también el coro femenino y por supuesto el clímax de la guitarra eléctrica.
Quizás el único pero que se le puede poner a Ommadawn es que la segunda parte, al contrario que la primera, parece concebida menos como una unidad que como una amalgama de temas independientes. El inicio, una experimental grabación del sonido de treinta y cinco guitarras dobladas —que en realidad suenan como un sintetizador— es lo más flojo del disco. El tema folk que interpreta Moloney acompañado de la acústica de Oldfield, a pesar de ser muy bueno, también parece metido con calzador. Sin embargo, a pesar de la falta de esa sensación de obra concepto que sí se tiene por ejemplo en Hergest Ridge, Ommadawn sigue siendo una auténtica maravilla. De hecho, aunque en conjunto la segunda parte es inferior a la primera, contiene la que para mí es la mejor sección de su discografía. El final de esa parte, los dos últimos minutos, son la síntesis de toda una carrera, de toda la visión de Mike Oldfield. Es la perfecta plasmación y el epítome de la idea del desarrollo de una única melodía, a la que va añadiendo instrumentos hasta llegar al increíble final. Son dos minutos perfectos, de inspiración irrepetible, fruto de un talento único que alcanzaba su cumbre, y que en ese momento no admitía comparación con nadie más. Son magia. Los dos minutos que querría escuchar antes de morir.
Con la tranquila On Horseback —primera vez que escuchamos letra en un tema de Oldfield— finaliza Ommadawn. Es un álbum, como he dicho al principio, de los más valorados por los seguidores del músico, pero, creo, también por él mismo. Mientras que de discos como Hergest Ridge o Incantations no guarda un buen recuerdo ni los tiene en muy alta estima, Ommadawn no ha faltado en ninguna de sus —escasas— giras. No es para menos. Es un disco extraordinariamente cuidado, de una belleza y sensibilidad únicas, complejo, pero a la vez accesible al oyente ocasional o no versado en la carrera de Oldfield. El anecdotario de la grabación no hace sino aumentar su leyenda: Moloney y él grabando medio borrachos y casi improvisando, la primera colaboración de ese dios de la percusión que fue Pierre Moerlen, el ingeniero Philip Newell obligado por Oldfield a borrar unas cintas con unas guitarras espectaculares, el propio Oldfield grabando una sección inspirándose mirando revistas porno…
Una obra maestra intemporal, en definitiva. El paso del tiempo le sienta de maravilla, porque es un disco con alma y contenido, como hoy sería inconcebible, no sólo para Oldfield, sino para la gran mayoría de músicos. Así que háganse un favor y escúchenlo si no lo han hecho aún. Les reto a hacerlo sólo una vez.
Gerardo Vilches

viernes, 25 de septiembre de 2015

Honor a la Patrona








HONOR A LA PATRONA

(Josep Sebastián)
     
    Si quiEreN RecuPeraR A Su Hija, preparen MaLetin CoN cUareNTa Mil Euros. InTeRcaMbiamOs mAÑAnA 12 HoRaS Al Pie DeL  mOnUMeNtO A CoLóN, DelaNte De CapItAníA.  ME ReCoNOCen  PORQUe  Iré dIsFRaZaDo  De pAYASo.”
     Diez años después, sigue amenizando las fiestas de la Mercé en el centro penitenciario La Modelo, en Barcelona.