Nombre: Little girl blue (Niña triste) Intérprete: Nina Simone Publicación: 1958 Autor: Música de Richard Rodgers y letra de Lorenz Hart (1935) Género: Jazz, góspel, vocal jazz
Little Girl Blue es una popular canción con música de Richard Rodgers y letra de Lorenz Hart, publicada en 1935. Se estrenó en Broadway con Gloria Grafton en el musical Jumbo que posteriormente interpretó Judy Garland.
Pero también es el titulo del primer álbum de Eunice Kathleen Waymon, la gran pianista y vocalista Nina Simone.
En su debut en las sesiones de estudio sorprendió su seguridad y
profesionalidad, que predecía el inicio de una brillante, amplia y
estable carrera discográfica que forma parte de la historia de la
música. Y digo profesional porque Nina Simone llevaba tiempo en el mundo
musical cantando en clubs, locales y otros escenarios de jazz.
Este primer álbum fue grabado para el sello Bethlehem y llevaba por titulo Jazz as played in an exclusive side street club.
Desde el primer momento se convirtió en éxito indiscutible y fue
traducido a varios idiomas, pero Nina Simone insatisfecha con el trabajo
de la discográfica rompe su contrato -en realidad paga por la anulación
del mismo- con Bethelehem.
Pero ésta aprovechando la popularidad del disco añadió Little Girl Blue al titulo del disco sin el consentimiento de la artista e incluyó tres temas descartados en las sesiones de grabación (clic en las imágenes para ampliarlas).
Desde ese momento el álbum debut de Nina Simone se conoce como Little Girl Blue.
La canción Little Girl Blue es el corte número 4 de la cara A,
una bellisima y triste balada pop interpretada al piano por Nina Simone
con su voz frágil y potente y el acompañamiento del contrabajista Jimmy
Bond y el batería Albert "Tootie" Heath.
En su particular versión de este tema la cantante sólo utiliza las tres
últimas estrofas de la letra de Hart, las melancólicas, y donde aparece
'niña triste'.
Sit there and count your fingers, Siéntate y cuéntate los dedos, what can you do? ¿qué puedes hacer? Old girl you are through. niña ya mayor, estás acabada. Sit there and count your little fingers, Siéntate y cuéntate los deditos, unlucky little girl blue. desdichada niña triste.
...
Al inicio musical de Rodgers añade algunos acordes del villancico Good King Wenceslas.
No deja de ser curioso que el preludio sea un clásico en tono feliz
para dar paso a la desoladora pero elegante tristeza de Nina Simone.
La adaptación de Nina Simone es insuperable. Hay versiones anteriores
si, de una canción maravillosa compuesta y publicada en 1935 es lógico,
os dejo algunos ejemplos: Frank Sinatra (1954), Sarah Vaughan (1956),
Ella Ftzgerald (1956), Louis Armstrong (1957), Sam Cook (1961), Janis
Joplin (1969), Chet Baker (1988), The Carpenters (1989), Carly Simon
(1991), Diana Krall (2006)...
El álbum Little Girl Blue es una joya. Contiene inolvidables versiones como Mood indigo (el clásico de Duke Ellington), Don’t smoke in bed o I loves you y también el que ha sido su mayor éxito (en los 80), My baby just cares for me. Una de las genialidades de Nina Simone, hacer suya cada una de las versiones que grabó.
Sin embargo hablar de Little Girl Blue es decir Janis Joplin.
Jazz, blues y su intensa voz convirtieron esta versión en la más
famosa. Janis Joplin también adaptó la letra a su propio estilo e
incluyó la primera estrofa entre las dos últimas, aliviando un poco la
tristeza de esta bellísima balada.
When I was very young Cuando yo era muy joven The world was younger than I el mundo era más joven que yo, As merry as a carousel alegre como un carrusel.
...
Little Girl Blue significó el despegue de la voz más sensual, poderosa, profunda o tranquila, la más grande interprete de Jazz, Nina Simone.
Entre la casa de mi vecina y la mía hay un puente. El puente lo
construimos una mañana soleada. La mitad ella y la mitad yo. El puente
lo utilizamos para comunicarnos o para distanciarnos. Cuando ella necesita
una taza de café, cruza el puente y me lo pide. A veces incluso lo bebe
conmigo, acompañado de un pan tostado. Lo mismo: cuando yo necesito un
poco de queso o una loncha de tocino, cruzo el puente y se lo pido. Ella
misma, incluso, me lo envuelve en un pedazo de papel aluminio. Sin
embargo, cuando no le parece bien algo que he hecho sin darme cuenta, quita
su parte de puente que puso y la coloca sobre la rejilla del jardín. Y
de igual modo: cuando no me gusta la blusa que trae o las visitas que
recibe, desmonto mi parte de puente que puse y lo recargo en la bardilla
del sótano. El puente nos ha servido para acercarnos, algunas veces, y
para distanciarnos, otras, que es para lo que en realidad sirven los
puentes o, en todo caso, los vecinos como nosotros.
Entenderéis que esta semana no haya disco en el sentido con el que habitualmente incluyo en esta entrada habitual de mi blog. Discos tengo a cientos para recomendar, como tengo acostumbrado hacer cada lunes más o menos. Pero esta semana es distinto
Porque este fin de semana mi hija Georgina me regaló estas tres piezas del amplio repertorio con el que ameniza uno de los restaurantes del hotel Sheraton en Doha (Qatar). Concretamente unas versiones muy personales de Have you ever seen the rain de Credence, I will be loving you till we're 70 de Ed Sheeran y un standar de jazz, My funny Valentine de Ella Fitzgerald.
Están filmadas por su marido Danniel con un móvil, incompletas por la limitación de éste, muy deficiente sonido por los mismos motivos, a lo que se añaden camareros circulando y ruido de cubiertos, conversaciones y platos, e imágenes oscuras por el ambiente y la ubicación...
Pero es mi hija y a mí me suenan a maravilla.
Unos cuantos meses sin verla (ya queda menos para Nadal !) y miles de kilómetros que nos separan, pero basta oirla cantar para saber que la tengo aquí a mi lado.
Al abrirse las puertas del ascensor se cruzó
con su fiel esposa. Se miraron sin saludarse, porque estas cosas, como la
muerte de mi tío Emilio, suceden de repente.
El ascensor ya no se usa. Una unidad de la
policía entró amedianoche y precintó el
motel.
“Me convertí rápidamente en una de las esclavas mejor pagadas
de la región, ganaba 1.000 dólares a la semana, pero no hubiera
disfrutado de más libertad de estar recogiendo el algodón en Virginia.” Billie Holiday, 1944.
En cerca de dos años, han desfilado por este blog una multitud de
artistas destrozados por los abusos de todos los tipos; vidas patéticas y
miradas lastimeras. Parece que sin alcohol y drogas la música no suena
igual. Como si las lentejuelas brillaran menos y los aplausos fuesen
menos nutridos. Espejismo magnético para muchos, que pactaban con el
diablo la salida de una espiral de la que casi siempre salían
disparados, estampados contra el muro de la vanidad y la vacuidad.
De todos ellos, Billie Holiday fue posiblemente la más extrema. He leído Dickens y Victor Hugo, pero he de admitir que la vida de Billie Holiday
no tiene nada que “envidiar” a la de Oliver Twist o de Cosette. Muchas
veces no hacía falta ni esperar a que se apagasen los focos para ver que
detrás del colerete y las mangas largas, había un desamparo infinito,
violencia, angustia, alcohol y heroína.
Murió en 1959 con tan sólo 44 años, pasando los últimos 44 en medio
de una huracán de desgracias, engaños, problemas y traiciones. Los
únicos compañeros de vida que no la defraudaron fueron el alcohol y la
heroína, que consumía hasta durante sus curas de desintoxicación.
Nació de padres demasiado jóvenes, quince ella, diecisiete él. Su
padre ni la reconoció, por lo que se crió con su madre, en la que volcó
poco a poco todo su amor y empatía, a pesar de la dureza de la vida: con
trece años Billie fue arrestada por prostituirse. A su salida de
cárcel, empezó a ganarse la vida cantando en el Log Cabin, uno de los
numerosos clubs de Harlem. Ahí fue donde empezó todo: la gloria, para
los que sólo veían a quien fue posiblemente la cantante de jazz más
grande del siglo XX; y el infierno, para quienes sabían quien se
escondía detrás de los vestidos de gala.
Raras veces conoció la serenidad, menos aún la felicidad. Tal vez
durante su primera gira europea, en 1954, cuando dio recitales en las
principales capitales del viejo continente en las que la recibieron como
a la Reina que era. Un triunfo con el que olvidó un instante esta vida
de víctima perpetua por culpa de los hombres, la mala suerte, su
capacidad a enamorarse de los peores engendros masculinos, una gestión
desastrosa de sus royalties. Y por culpa del alcohol, la marijuana, la
heroína, con los que creía poder superar sus males, cuando sólo
precipitaban su caída.
Posiblemente la vida de artista musical más triste que se recuerde.
En sus últimos años, le costaba cada vez más cantar en conciertos,
grabar discos, dar entrevistas. Su estado de salud llevaba años
empeorando, dejando un cuadro médico de escuela, con edemas, cirrosis,
cansancio crónico, insuficiencia renal, pero seguía bebiendo e
inyectándose todo tipo de venenos. Falleció el diecisiete de julio de
1959. Dos días después tuvo lugar su entierro, al que asistieron más de
tres mil personas.
Porque a pesar de todo, era como una diosa. Y vendía como tal. En su
“testamento” dejó a su ex marido –uno de ellos- la ridícula suma de
1.345 dólares, y los derechos de sus canciones. Seis meses después, las
royalties sobre las ventas de sus discos ya le suponían a este señor más
de cien mil dólares. Una cifra que da una idea de cuánto se llegó a
gastar en su deriva y cuánto le robaron todos los que la rodeaban.
Pasada la medianoche decidieron entrar en
Villa Flora, una casa señorial en la parte alta de la ciudad. La indigencia
comportaba hambre y licitaba el allanamiento de morada y el hurto.
Uno entró por un resquicio de la valla que
rodeaba el jardín y el otro lo hizo trepando por el balcón principal. En cinco
minutos, y de manera sigilosa, andaban por los pasillos de la casa.
Florita, adornada con un collar acabado en
una especie de cascabel de plata, miraba asustada, desde lo alto del enorme
reloj de pie del comedor, como el negro bebía del plato de leche en la cocina
iluminada por la luna. Mientras, el rayado cazaba ratones en el sótano.
Horas más tarde, los tres dormitaban en la
cornisa de un tejado del barrio viejo.